Bien, Belleza y Verdad. Equilibrio y disrupción en la cultura

La hipótesis de esta reflexión es que una cultura que cultive la armonía de las categorías bien, belleza y verdad producirá una vida social correspondientemente armoniosa e individuos racionalmente, moralmente y estéticamente equilibrados. Como corolario infiero que los males que nos aquejan provienen de la supremacía y el desmedro de una categoría sobre las otras.

  

A partir de una conversación con amigos filósofos, que enseñan la disciplina filosófica en distintos colegios de Santiago de Chile, observo que todavía se tiene como baluarte de nuestra disciplina a la lógica aristotélica y también a la lógica proposicional. La imagen del profesor de filosofía le identifica con un cabezón frío y desligado del mundo contingente y cuando no, implicado políticamente desde convicciones que no se condicen con el carácter principalmente reflexivo de la disciplina.

Y tal vez sea por ello que se arrinconó y luego se echó del curriculum escolar una disciplina que está llamada a responder reflexivamente todos los ámbitos del quehacer humano, para configurar una cultura integradora de los distintos dominios de realización de la vida.

Estos tiempos que corren son los de una racionalidad desligada en gran medida de la estética y de la moral. De hecho sólo la lógica y también la matemática se sostienen sin peligro y desde mi punto de vista, sólo porque la muchedumbre humana no logra comprenderlas del todo y porque ha podido hacer una alianza con la Técnica más deslumbrante. En el ámbito de la ética y la estética cualquiera se erige en parámetro y ya no hay más acuerdo y los poderosos se apoyan cínicamente en una legalidad construída ad hoc, a su medida y arbitrio.

La vida social ha generado una urgencia tal para las actividades anodinas que el sólo hablar del asunto resulta inconveniente. Nos rodeamos de cosas que nos hacen banalizar la existencia y ya pocos sueñan con un mejoramiento del ser humano y se hace culto del asesino, del astuto y el mentiroso. El amigo virtuoso de Aristóteles no es más que un imbécil frente al socarrón armado, frente a los personajes de Tarantino, por ejemplo. El ideal de humano virtuoso en las artes, la política y el pensamiento no hace más que dibujar una sonrisa burlona en el ejemplar dominante, el homo oeconomicus, acumulador de billetes y reduccionista convencido y recalcitrante.

  

Günther Anders y Hanna Arendt

No sorprende, entonces, que los profesores de filosofía quieran brillar y parecer inteligentes, armados de racionalidad lógico formal y proposicional. Pero y ¿qué hay de una realización estética para el ser humano? ¿Qué hay de una madurez ética y política? Qué significa en definitiva esta realización estética, esta realización ética y política?

Por ahora lo que se ve son oposiciones, unilateridad. Uno exalta la experiencia estética, que va unida a menudo con la embriaguez dionisíaca y la negación más absoluta de toda racionalidad, sobre todo la de corte lógico y también matemático. Otro es moralista recalcitrante y pretende elevarse hasta alturas teológicas. Otro más pretende vivir con lo que le dicta la estructura formal de su discurso, comprometiéndose a fondo con el código alfanumérico y de él las leyes que rigen el discurso verbal y las que rigen las estructuras matemáticas, sin haber resuelto todavía la naturaleza de la relación de uno y otras. Por aquí andan los científicos y funcionarios de delantal, y también algunos esquizófrenicos inescrupulosos. Aquí están también los académicos canónicos y matemáticos hipertrofiados de toda laya.

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Las tres grandes nociones que me ocupan coexisten y armonizan más o menos bien en todos nosotros. Cual más cual menos, cada uno de nosotros barrunta lo que sea el bien, la belleza y la verdad. Y el predominio de alguna de ellas por sobre las otras o expensas de las otras, parece más una cuestión de tendencia cultural, hoy también de necesidad económica y vivimos en un dinamismo del cual rara vez tenemos algún control. El individiuo a lo más puede intentar modificar por voluntad sus actos y mientras no se le vaya en ello la salud puede estar en una buena huella. Cuando Heidegger afirma que el el ser humano existe poéticamente, no se equivoca, pero lo está mirando desde una perspectiva estética. Y lo mismo hacen todos los que enfatizan una vida artística, Nietzsche, por ejemplo. ¿Cómo ha de ser este humano que encarne un ideal más completo y más armónico? A mí me agrada Leonardo, quien como dijo Jaspers, adecúa mejor que nadie el ojo con la mano y armoniza la actividad artística de toda índole con la práctica científica y una moral acorde a la sociedad de turno. ¿Qué hay del guardian platónico?

 

Roger Penrose, su libro Camino a la realidad, 2006, presenta la arquitectura matemática del mundo. El libro está lleno de demostraciones novedosas. En poco espacio despacha el conocimiento numérico griego, por ejemplo. Particular impresión me causó su desarrollo de las fracciones continuas, es decir el modo como los griegos antiguos lidiaron con la infinitimalización del mundo geométrico. 

Sabemos que para algunos griegos el bien y la belleza van de la mano. Lo bello es bueno y viceversa. Con la verdad es un poco más difícil y al parecer fracasan todos los intentos por hacer de la virtud moral algo enseñable. El término areté significa la habilidad que se tiene para realizar una cierta actividad. Cada oficio tiene pues su propia areté. ¿En qué consiste pues la areté moral? La respuesta que me importa es aquella de la felicidad, de la famosa eudaimonía. He aquí la virtud moral del ser humano. El buen vivir tiene por cierto muchos matices y significados. “Los rasgos que configuran este buen vivir implican la posesión de determinados bienes, que pueden variar y de hecho así ha ocurrido, a través de los tiempos. Aristóteles, por ejemplo, genera una lista considerable de condiciones para la eudaimonía, traducida habitualmente como felicidad. Al feliz, al afortunado (ευδαιμων), nada ha de faltarle y su vida ha de ser rica tanto en bienes internos como externos. Entre esos bienes encontramos: el origen noble (ευγενεια), los muchos amigos (πολυφιλια), los amigos útiles (χρηστοφιλια), la riqueza (πλουτος), los buenos hijos (ευτεκνια), los muchos hijos (πολυτεκνια), una vejez grata (ευγηρια); las virtudes corporales como la salud (υγιεια), la belleza (καλλος), la fuerza (ισχυν), un cuerpo grande (μεγεθος), la habilidad para luchar (δυναμις αγωνιστικης); también la fama (δοξα), el honor (τιμη), la buena fortuna (ευτυχια), y virtudes como la inteligencia (φρωνησις), el valor (ανδρεια), la justicia (δικαιοσυνη) y la templanza (σωφροσυνη) [El Arte de la Retórica I, 1360 b]” (En LA AMISTAD EN ÉTICA NICOMAQUEA VIII – IX, www.magmamater.cl/amistad.pdf). El cliché actual pasa por conformarse con un paradigma que nadie sigue y en el que nadie cree en verdad: una vida verdadera es bella y buena. Quienes siguieron un tal paradigma, Jesús, Sócrates, Ghandi, John Lennon, murieron mal, fueron asesinados. El ámbito de lo verdadero se reduce a las formas del razonamiento válido o a la prueba inductiva de hipótesis. La belleza ha sido confinada a la moda y a estereotipos que esclavizan tanto hombres como a mujeres. La bondad se salva sólo en la benevolencia y en la misericordia. En un mundo de asesinos, avaros y mentirosos, de ignorantes, adictos y lujuriosos esta discusión parece cosa extemporánea e improcedente, irrisoria e inútil. ¿Cuándo ha sido, no obstante, más necesaria la experiencia del guía, del sabio? ¿No es evidente que muchos buscan consuelo y conocimiento? He aquí que la filosofía debe extender su dominio. No puede conformarse con un papel meramente reflexivo. Debe ser ejemplo de vida, debe encarnar la verdad, la belleza y el bien.

En la alegoría de la caverna (Politeia, VII) Platón compara el bien con el sol, cuya luz hace visible las ideas, mostrándolas en toda su belleza. El bien lo descubre el espíritu del ser humano, con el mismo esfuerzo que realiza el primer liberado para comprender el origen o causa de las sombras que había creído verdaderas y que habían configurado su mundo verdadero: el fuego detrás de su cabeza. Desde Platón el bien aparece como suprema fuente de la luz que desencubre las cosas, las saca de las sombras y posibilita al espíritu contemplarlas en su belleza. Esta iluminación es la verdad, es la trama geométrica y conceptual. Hoy nos queda al menos el mundo platónico de las formas geométricas (al modo como lo presenta Roger Penrose en El camino a la realidad, 2006) como residuo de una concepción omniabarcante, aunque ya desligada de toda estética y toda ética. Todo lo cual es ridículo, pues predominan las nociones de proporción y simetría, todas ellas vinculadas a nuestras nociones estéticas y éticas más arraigadas.

Es más, tampoco se sostiene la idea de una ciencia desligada de todo juicio moral, de una ciencia neutra. Por el contrario el conocimiento científico se ha ideologizado a un punto que ya no se puede seguir negando su colusión con el poder de turno. La rebelión de los sabios, de aquellos que ni compran ni se venden, que ni compran ni venden el conocimiento, transacción con la cual se hace posible el poder en manos de los ignorantes, la única rebelión que podría tal vez salvarnos, la rebelión de quienes detentan en verdad el poder del conocimiento, se ha vuelto utópica. ¿Cómo es posible que el sabio sea a la vez cobarde? ¿Como es posible que sea a la vez mentiroso e inmoral? (Seguir leyendo)

 

 

Editor y Webmaster: Gerardo Santana Trujillo - Email: This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.

Año 4 - Nº 10