Una vida sin examen crítico no es vida humana (Apología 38 a)

Se sabe que podemos adjudicar el primer empleo del término a la triple división pitagórica de los que acuden a los juegos olímpicos[1]: en un nivel inferior, los que van a comprar y vender; después, los que participan en las competencias y los espectadores, que van tan sólo a mirar, éstos son los teóricos en sentido literal (theorein: ver). Estos últimos son los filósofos.El vocablo filosofía se ha deformado. Debido al uso vulgar y al deterioro involucrado en el traspaso cultural, el término se ha cargado de múltiples interpretaciones. Se dice que una persona ‘toma las cosas con filosofía’, se habla de la filosofía de un negocio, de un equipo económico, de un partido político; se habla de la filosofía oriental, de la occidental, etc.

Antes de hacer otras precisiones necesarias, consignemos otras acepciones. El sabio hindú, el rishi o gimnosofista ostenta un saber fundado en la práctica sostenida y riesgosa de los procesos corporales, sometiendo a la voluntad y trayendo a la luz cualquier zona oscura de nuestra naturaleza material. Su confianza en el poder de la voluntad, su afán de trascendencia le lleva a despreciar la muerte física y a confiar en la inmortalidad del espíritu, al que adjudica inteligencia divina.

El sistema filosófico veda, así como la vida misma de Sidharta Gautama (Budha o iluminado)[2] señala una concepción global del universo que no admite replica. La jerarquía de los dioses es un hecho, no mera especu1ación. Su concepcion del universo se transforma en dogma, fundado en los fuertes eslabones de la ley de Causalidad. Su alcance no es meramente racional, es de orden religioso. Se pronuncia sin temor acerca de asuntos muy alejados de los sentidos y aún de la razón. No obstante, hay en su base una concepción naturalista, que observa y generaliza los fenómenos naturales, capta toda la grandeza del universo y sus mundos posibles, no sólo materiales sino también espirituales.[3]

La intención final de los desarrollos espirituales previos a la forma griega es el contacto con la divinidad. En el Bhagavad Gita, fragmento interpolado en el gran poema Mahabharata (epopeya hindú, especie de resumen en perspectiva de la historia de la India aria antes de la constitución definitiva del brahmanismo) se puede leer lo siguiente:  

”Llevas en tí mismo un amigo sublime que no conoces. Pues Dios reside en el interior de todo hombre, pero pocos lo saben encontrar. El hombre que hace el sacrificio de sus deseos y de sus obras al Ser de donde proceden los principios de toda cosa y por Quien el universo ha sido formado, obtiene por ese sacrificio la perfección. Pues aquel que encuentre en sí mismo su felicidad, su alegría, y en sí mismo también su luz, es uno con Dios. Sábelo: el alma que ha encontrado a Dios está libre del renacimiento y de la muerte, de la vejez y del dolor, y bebe el agua de la inmortalidad.”

Los elegidos han sido muy pocos, surgidos en el momento mismo de la declinación de la doctrina de la luz, del culto del Sol: Rama, Khrishna, Hermes Trismegisto, Moisés, Orfeo, Budha, Pitágoras, Platón, Jesús. Éstos dieron cuenta de la dificultad de su conocimiento, dieron pruebas de la virilidad de los guerreros escogidos, mostraron la necesidad de ocultar tal saber a los hombres de alma vulgar, cuyo corazón es cobarde, su mente se paraliza con el miedo y sus sentidos se enseñorean de su espíritu.El origen divino del alma humana se observa en todas las doctrinas religiosas de los pueblos que mostraron la vía de la liberación y la esperanza por virtud de un descubrimiento interior, una iluminacion, una relación directa con el Dios Supremo.

El Libro de los muertos acuñado por los sacerdotes egipcios relata en forma simbólica el viaje de ultratumba que deben seguir las almas al morir el cuerpo. Cada vez que alguno inquiría por antecedentes al respecto, un sacerdote decidía si el postulante era digno de tal información; de no serlo, era despedido sin más trámite; si, por el contrario, era admitido, comenzaba para él una serie de pruebas. Si las pasaba todas, la profundización en los misterios de la vida y la muerte continuaba; si fallaba alguna, moría o era condenado a muerte, con igual desenlace. El futuro iniciado pasaba largos años de duras jornadas de aprendizaje, todas las cuales culminaban en la experiencia de la resurrección, en la que la diosa Isis acudía a saludar al discípulo.

Detrás de estas concepciones y prácticas iniciáticas está la estructura de un poder de corte teísta, cuyo afán es la posesión de un sistema completo de la ciencia, que varía su grado de exactitud de acuerdo a los objetos sobre los cuales se aplica la inteligencia. De unas cosas hablaban mediante formulaciones numéricas; de otras, a través de la poesía y el mito.

Me ocupo a continuación de la forma de hacer y de pensar anterior al VII siglo antes de Cristo. Comienzo por caracterizar su tipo de actividad teórica. Los comentaristas coinciden en poner a los llamados físicos (phisokoi) como precursores del pensamiento filosófico griego, cuya preocupación consiste en el descubrimiento del Arkhé o principio de todas las cosas, aquello de lo que salen y a donde vuelven una vez que perecen. Ellos creían que la diversidad sensible poseía un orden, el mismo que se podía observar entre los planetas, las estrellas y las constelaciones. Llaman por ello Kosmos al universo celeste.

El primero que merece ser mencionado es Tales de Mileto, nacido hacia el 640 a. C., en una familia de origen fenicio. Funda la escuela filosófica Jonia, en las costas del Asia Menor. Su aporte al pensamiento racional es más cualitativo que cuantitativo, establece las bases de un pensar abstracto capaz de encontrar la constancia en la diversidad y el cambio. Sustituye la creencia en los dioses por la actividad de la naturaleza, afirmando “todo está lleno de dioses” (πάνταπλήρηθεόνειναι). De modo semejante a tradiciones orientales (la Biblia, por ej.) cree que el principio de todas las cosas es el Agua. “Todo viene de ella y todo vuelve a ella”, dice. Cree que el universo es un organismo viviente y explica todos los fenómenos por la acción de puras causas naturales.

Discípulo de Tales fue Anaximandro de Mileto. Éste inicia la metafísica griega. Postula el famoso principio, ”Nada sale de la Nada” (Ex nihilo nihil). Sus aportes geográficos (el cuadrante solar, un mapa mundi, una esfera terrestre, el ángulo de la inclinación de la eclíptica, etc.) le hacen muy conocido en la Hélade. Cambia el principio material de Tales por otro infinito, un elemento primordial y eterno, con virtud productiva intrínseca, del cual sale toda la diversidad de los fenómenos. Sustituye la simple observación, que le sirve en su momento, por el razonamiento abstracto.

Anaxímenes de Mileto, tal vez discípulo de Anaximandro vuelve a instaurar un principio material, el Aire, pensando que éste daba cuenta de mejor forma de las múltiples transformaciones observadas en la naturaleza.

Heráclito de Efeso (hacia el 500 a. C.), por su parte, pone el Fuego como Arkhé o elemento primordial (στοιχειον). Enfatiza el cambio perpetuo de todas las cosas: “Todo fluye nada permanece” (πάνταρέιούδενμένει). Para él el devenir del universo es incesante y se realiza según medida; esta identidad de las reglas del cambio configuran su logos (λόγος: orden, medida, racionalidad). Sólo la inteligencia humana es capaz de comprender la unidad e inteligibilidad subyacente a la diversidad sensible; por ello reconoce en el pensamiento el aspecto divino del ser humano. Se dice que Heráclito tiene carácter altivo, que le lleva a aislarse y a hablar en acertijos o a hacer agudas críticas a sus compatriotas. Les dice, por ejemplo: “Elevan sus oraciones a las estatuas, que es como si se hablase a las piedras” o bien: “Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que ha sido siempre y es y será un fuego siempre vivo, que se enciende según medida y se apaga según medida.” Sostiene que todo está dado por una armonía de tensiones opuestas, tal como ocurre co n el arco y la cuerda, o en una lira, cuyos armoniosos acordes se obtienen a partir de la tensión de sus cuerdas. Dice también: “La guerra es el padre de todo”, enfatizando el modo como la naturaleza concilia a los contrarios, generando una unidad indestructible.

Parménides de Elea (c. 480 a. C.) desarrolla una línea de pensamiento opuesta en apariencia a la de Heráclito. Constata que los sentidos nos muestran una cosa y la razón otra. Establece la preeminencia de lo aparecido al pensamiento y lo exalta a expensas de lo sensible. Piensa que de lo que cambia constantemente no puede decirse qué es, pues al momento que es algo, deja ya de serlo, y así incesantemente. Por tanto, el ser concebido por el pensamiento, constante en sus determinaciones ha de ser inmóvil, eterno, idéntico a sí mismo, uniforme e inteligible. Aunque los sentidos nos muestran un mundo diverso y cambiante, la realidad subyacente del ser es continua y única.

Zenón de Elea, discípulo ilustre de Parménides, realiza la crítica efectiva a la existencia del movimiento, del espacio, el vacío y las unidades geométricas de la teoría de los puntos unidades.[4]

Alrededor del año 450 a. C. encontramos en Sicilia otra figura de la filosofía antigua, Empédocles de Agrigento, filósofo, físico y poeta, quien como tal sentó una doctrina que prevalece hasta el siglo XVIII. Cree que los elementos básicos del universo son cuatro: Tierra, Fuego, Agua y Aire. Son principios eternos y se entremezclan incesantemente, se separan del mismo modo, permanecen invariables más allá del cambio y  transformaciones observadas en la naturaleza. Para explicar el hecho de que los elementos se reúnen (trayendo seres a la existencia) o se separan (haciendo perecer a otros) introduce un principios más, el par amor y odio (φιλίακαινεικος). El odio separa los elementos, el amor tiende a unirlos.

Anaxágoras de Clazomene (siglo V a. C.) Concibe no un número finito de elementos sino uno infinito. Se le atribuye el principio “hay de todo en todo”. Llama homeomerías (ομοιομερη) a las partes semejantes u homogéneas,  a los pequeñísimos componentes de las cosas. Si observamos alguna, por pequeña que sea, encontraremos homeomerías. Aunque tomemos sólo una parte de ella, hallaremos partes aún más pequeñas. Se adelanta a considerar un espacio infinitamente divisible.

A diferencia de Empédocles, no es el amor y el odio el principio activo que opera el cambio de unas cosas en otras, sino el nous (νους) o inteligencia, una sustancia pura, muy sutil, que marca la diferencia entre lo animado y lo inanimado. Esta sustancia sin mezcla produce un movimiento de vórtice, por el cual, a medida que va adquiriendo fuerza, se separan las diversas cosas, de acuerdo a su mayor o menor masa. Una roca sometida a este movimiento se calienta y comienza a brillar. He aquí el origen de las estrellas: la inteligencia productiva como sustancia pura.

La crítica parmenídea obliga a los filósofos posteriores a intentar rescatar la reflexión filosófica de la inmovilidad a la que la había conducido Parménides. La finitud del Ser, la inexistencia del vacío y la imposibilidad del movimiento son las cuestiones que se intenta resolver.

De los más notables filósofos de la antigüedad es Pitágoras de Samos (c. 570 a. C.), fundador de la escuela que lleva su nombre y que migra de Italia por razones políticas y se instala en Crotona. Se admite como lo más probable que haya viajado por el medio oriente, especialmente Babilonia y Egipto. En este último lugar, se familiariza con la cultura hierática y se convierte en iniciado de los ritos de la vida y la muerte. Además, se compenetra en los conocimientos aritméticos y geométricos egipcios, un saber más práctico que racional o demostrativo. Es razonable presumir que Pitágoras perfecciona a partir de aquí el famoso teorema que lleva su nombre y que los agrimensores egipcios usaban sin tener de él una demostración formal como la que da este fecundo matemático.

Después de pasar a lo menos 20 años en regiones orientales, vuelve a Europa a fundar sus escuelas, en Locres, en Caulonia, en Tarento, en Crotona y en Metaponte.

La escuela pitagórica es iniciática, impone al postulante una serie de fases previas antes de considerarlo apto para recibir un tipo de conocimiento superior. Las fases preparatorias incluyen aparte de las prácticas diarias en la disciplina del cuerpo por el espíritu y la voluntad, la familiarización con los secretos numéricos. Ellos saben todo respecto al manejo de la regla no graduada y el compás, conocen una demostración formal del teorema de Pitágoras y de muchos otros; saben de progresiones geométricas, aritméticas y armónicas, etc. Pitágoras descubre la relación existente entre la longitud de una cuerda y su altura tonal. Una cuerda acordada dará la octava si su longitud se reduce a la mitad. Similarmente, si la longitud se reduce a los tres cuartos, obtendremos una cuarta; si a dos tercios, una quinta. Una cuarta y una quinta juntas forman una octava, es decir, 4/3 x 3/2 = 2/1. Estos intervalos corresponden a las razones de la progresión armónica 2:4 / 3:1.[5]

El orden numérico, que encuentran también entre los astros, les lleva a creer que el principio o Arkhé es el Número. El universo ya no es más sólo τοπαν (todas las cosas), sino κόσμος (orden). Atribuye propiedades místicas a los números. El tres simboliza lo perfecto, el cuatro el primer cuadrado y el diez la suma de las cuatro primeras cifras. Ponen como principio activo la mónada (el uno), la díada como principio pasivo y la triada como resultado de la acción de la primera sobre la segunda. De aquí resulta la curiosa consecuencia de que lo impar es el tipo de las cosas perfectas y lo par el de las imperfectas. Estas ideas se aplican también a la religión, se concibe la mónada elemental como símbolo de la unidad divina. Más tarde, la triada sirve de base para la construcción de la doctrina cristiana de los padres de la iglesia, quienes conciben la unidad divina desenvuelta en la santísima trinidad.

La teoría de la metempsicosis o transmigración de las almas permite a los pitagóricos regular y sancionar  la vida humana. Cuando un hombre muere vuelve a reencarnar, y sigue un orden dado por el tipo de vida pasada. Sólo el ser humano que llevó una vida de disciplina (nada de ritos sangrientos, ni de comer carne, etc.) y practicó la templanza, la castidad y la devoción divina logra la absorción en la divinidad, escapa de la rueda de las encarnaciones, sale del padecimiento, la enfermedad y la muerte.

Más adelante deberemos recordar lo dicho, al tratar a Platón. En la escuela pitagórica nace la teoría de las Ideas.

La Escuela pitagórica se divide en acusmáticos y matemáticos. Los primeros son expertos en asuntos musicales y los segundos, como su nombre lo indica, incansables investigadores numéricos.

Su concepción del límite numérico (περας) equivale a la noción de orden, de principio de organización. Al mismo tiempo, la idea de lo ilimitado (άπειρον, de οιόριστον)  se concibe como lo indiscernible, lo inorgánico. Consideran el punto como una mónada; la diada como la línea (determinada por dos puntos); la triada como la superficie (en efecto, la superficie más sencilla es el triángulo, formado con tres puntos no colineales); y la tétrada como el sólido (el sólido más simple, el tetraedro, se forma uniendo cuatro puntos no coplanarios). Demuestran formalmente que la diagonal de un cuadrado de lado 1 es una cantidad irracional. No resuelven, sin embargo, la incongruencia abierta, a partir de este hecho, con la teoría numérica previa. Para no seguir abundando los conocimientos pitagóricos, agreguemos, en fin, que saben representar geométricamente la mayoría de los productos notables del algebra moderna, tales como, el cuadrado de un binomio, etc. Su símbolo representativo es el Pentagrama (πεντάγραμμον) o triple triángulo.

Descubren una construcción bien precisa de los cinco sólidos regulares inscriptibles en la esfera, a saber, el tetraedro, el hexaedro, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro que constituyen los elementos con los cuales está hecha toda la materia del universo. El décimo tercer libro de Elementos de Euclides está dedicado a este tópico, pareciendo un homenaje a la cosmología platónica, expuesta en su obra munumental Timeo. Se concibe los cuatro elementos como constitutivos básicos, pero no elementales, pues se dice que el fuego está formado por tetraedros; el aire, por partículas octaédricas; el agua, por icosaedros y la tierra, por cubos o hexaedros.

El esfuerzo filosófico hecho hasta aquí por estos filósofos evidencia un estilo más racional que puramente empírico de sus concepciones explicativas, físicas y metafísicas.

Hemos recorrido un camino aún muy breve, que va desde el siglo VI al V a. C. Este último período es fecundo en hombres notables, matemáticos, físicos, poetas, políticos, etc. y concluye con la revolución socrática.

Atendamos ahora al pensamiento del atomista Demócrito de Abdera. Situamos su florecimiento hacia la primera mitad del siglo V a. C. Sostiene a priori, como su maestro Leucipo, que el universo está formado de Ser y No Ser. Asume, al mismo tiempo, que la realidad está plena de ser, y que la diversidad de seres se explica a partir de una substancia básica, única e indestructible, que contiene en sí misma las leyes de sus transformaciones, sin por ello atentar en contra de la homogeneidad del todo real. Éste estaría formado por dos elementos opuestos. Por un lado, un aspecto positivo que incluye partículas corporales, impenetrables e indivisibles, los átomos[6]; por otro, un aspecto negativo que consiste en el medio en que subsisten dichos átomos (afirmación del vacío), que permite los intersticios necesarios para favorecer su unión, separación, etc., para dar lugar a la masa perfectamente homogénea de las distintas cosas del mundo.

Imagina que la vida se caracteriza por el movimiento incesante de los átomos, todos formados de la misma substancia, pero con infinitas formas, de acuerdo a los distintos cuerpos conformados. Prevé también el moderno principio de inercia, el movimiento eterno de una partícula que se mueve uniformemente, si nada estorba su trayectoria rectilínea. Observamos que anticipa el movimiento Browniano de partículas en un recipiente por efecto de la presión ambiental, en un movimiento de torbellino. Concibe la formación de la vida por un proceso puramente mecánico de unión de átomos en unidades homogéneas. Asimismo, cree en la existencia de infinitos mundos, cuyo nacimiento y destrucción tiene que ver con conglomerados de átomos despedidos en todas direcciones por efecto de eventuales y violentos choques.

Demócrito desarrolla una teoría de la percepción de los colores. Los colores básicos son el blanco, el negro, el rojo y el amarillo. Tanto más notable cuanto que en el siglo XIX, Maxwell reconstituye el espectro con cuatro colores, el blanco, el rojo, el amarillo y el azul sombreado (en lugar de negro). Enfatiza, asimismo, que lo que nosotros percibimos no son las cosas en sí mismas o tal como ellas son en sí, sino sólo las transformaciones de nuestros órganos sensoriales. El mundo que aseguraríamos de buena gana no es sino ilusión.

La heterogeneidad helénica, unida a las guerras intestinas y  a las invasiones persas son algunas de las causas de la inestabilidad política de los pueblos que vieron el surgimiento de las artes y las letras, de las ciencias y de la filosofia. El panorama de opulencia y libertades políticas, la confianza en sí mismos y la fe en el futuro, la precisión de los modelos sociales y de los valores morales pierden paulatinamente su esplendor.[7]

En este clima de relatividad moral aparecen los sofistas, nombre que viene del término griego, σοφός (sophós, sabio). Son retóricos trashumantes que viajan por la Hélade prometiendo instruir a los hombres en todas aquellas cosas que les harán capaces de conseguir la fama y la honra en las tribunas políticas y en los asuntos prácticos. Su afán no es ni la justicia ni la verdad, sino sólo la conveniencia económica, la vida opulenta y el poder politico.[8]Entre ellos hay algunos de aguda inteligencia, tales como Protágoras y Gorgias, inmortalizados por Platón en sendos diálogos homónimos. Puede decirse que exhiben un cuerpo doctrinario que puede recogerse en un par de sentencias como las siguientes: ”El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto son y de las que no son en tanto no son”; ”Nada existe; si algo existiera, no sería cognoscible para el hombre; y si fuera cognoscible, no sería comunicable”. Las sentencias, se atribuyen a Protágoras y a Gorgias, respectivamente. Muestran un pensamiento destructivo que renuncia a encontrar una verdad objetiva y, por tanto, mucho más, una verdad absoluta. La realidad es tal como aparece a cada cual y debemos poner énfasis en la construcción subjetiva que opera al interior de cada sujeto. No percibimos el mismo mundo. Si actuamos como si así fuera, no es más que por pura convención y costumbre. La segunda sentencia conduce más netamente hacia la imposibilidad de decir alguna cosa con certidumbre, admitiendo incluso la contradicción en el discurso y el pensamiento, si así lo hiciere necesario el interés propio.

En este estado de cosas, aparece la preocupación antropológica de Sócrates. Platón nos dice que su filosofía es una mayéutica, haciendo una analogía con el arte de la matrona, quien ayuda a dar a luz bebés, él ayuda a dar a luz la verdad. Se sirve de la ironía que exaspera a sus interlocutores y les torna grávidas sus almas, para que  aflore la verdad sobre los tópicos en discusión.

Sócrates vivió 70 años y muere por condena del tribunal ateniense en el año 399 a. C. Se le acusa de impiedad y de pervertir a los jóvenes, influenciándoles con muchas ideas contrarias a las creencias tradicionales. A decir verdad, no es difícil imaginar el odio y la animadversión que despierta en sus conciudadanos y en los extranjeros que afluyen a Atenas en busca de fama y riqueza. Desde su juventud estudió filosofía con Anaxágoras y bebe de la sabiduría proliferante en su tiempo, comenzando una práctica que le atrae el odio de los que se dicen sabios sin serlo.

El oráculo de Delfos le señala en una ocasión como el hombre más sabio y en vez de envanecerse sale a las calles y se va al mercado y al ágora (άγορα) a interrogar a todo aquel con quien se encuentra. Les pregunta ¿Qué es la justicia? ¿Qué es la virtud? ¿Qué es el valor? ¿Qué es la amistad? ¿Qué es la ciencia? Hace todas estas preguntas porque afirma ignorarlo todo y no entender el juicio sobre su persona que ha hecho el Oráculo délfico. Zapateros, comerciantes, militares, magistrados, médicos, etc. son sometidos a examen.[9]

Observamos en el método socrático la intención de alcanzar una definición de aquello buscado. Cuando pregunta por la virtud no quiere que le digan qué cosas son virtuosas, sino qué es aquello por lo cual lo son. Lo mismo para la justicia o la ciencia, no quiere saber qué cosas son justas, sino qué es aquello por lo cual lo son. Busca lo que llamamos el concepto general que define a una clase de objetos. Sócrates alcanza la madurez intelectual que le lleva a ser  el primero en usar el método hipotético constructivo. A partir de una hipótesis o definición preliminar, examinamos sus consecuencias y observamos su grado de adecuación con lo previamente conocido. Notamos que es el mismo procedimiento de algunas demostraciones geométricas, hacia las cuales siente simpatía, debido a la racionalidad desplegada y al nivel de generalidad alcanzado.

Sócrates no escribe una sola línea y su pensamiento tanto como su vida nos ha llegado a través de Platón, Aristófanes y Xenofón.

Sin tomar aún en cuenta la opinión tan adversa a la filosofía tradicional, por parte de Friedrich Nietzsche, consideramos la figura del filósofo presentada por Platón en sus magníficos diálogos. En ellos, Sócrates es un hombre incansable, justo, sabio y valiente. Inaugura el método dialéctico de preguntas y respuestas, consistente en el establecimiento de una tesis (hipótesis de trabajo o preliminar), en la consiguiente oposición de las objeciones posibles o antítesis (como parte del examen de las consecuencias derivadas de la aceptación de la hipótesis) y en la síntesis final o conclusión deducida de la oposición o del examen de las consecuencias.

 El deterioro político y moral de Atenas luego de sus rutilantes triunfos militares[10], hace del intento filosófico socrático algo tanto más notable. Él intenta fundar la acción moral en el conocimiento y la ciencia. El sabio es bueno y el ignorante, malo. Y como lo bueno es bello y lo malo, feo, la ciencia es más bella que la ignorancia, que es fea. Asimismo, hacer lo justo es más bello que cometer injusticia; luego, el sabio es justo y bueno y el ignorante, injusto y malo.

Es difícil saber cuándo es Sócrates y cuándo Platón el que sostiene una determinada concepción. Se divide incluso los diálogos en distintos períodos creativos como una manera de distinguir la doctrina del maestro de la del discípulo. Por lo anterior, con algunas reservas, podemos admitir que Sócrates sostuvo la teoría de las ideas, que más tarde Platón desarrolla en detalle. Según dicha doctrina, al igual como acurre en geometría, cuando dibujamos un triángulo para auxiliar a nuestro razonamiento, por más perfecto que lo hagamos, siempre será sólo una copia imperfecta del triángulo ideal, del que responde nuestra demostración. Dicho de otro modo, cuando pensamos en un círculo y lo dibujamos, este diagrama no es más que una triste imitación del círculo ideal que mienta la inteligencia. En Fedro, por ejemplo, Sócrates aparece hablando de la belleza en sí, que no es fea por este lado y bella por el otro, sino completamente bella, sin merma ni cambio.

La oposición socrática a los preceptos sofistas restablece una línea constructiva para la actividad filosófica griega y genera una tradición de pensamiento que se disputará la supremacía durante todos los siglos posteriores hasta el advenimiento del Renacimiento con hombres como Galileo, Giordano Bruno, Leonardo, Kepler, y muchos otros.

Antes de continuar con la filosofía tradicional de Platón y Aristóteles, salgamos un poco del camino trazado por el racionalismo socrático y examinemos el pensamiento de algunos hombres que inician un camino paralelo. Se trata de los escépticos griegos, quienes cubren un período que va desde el siglo IV a. C al siglo II de nuestra era. Incluye figuras como Pirrón de Elis, Timón de Fliunte, Arcesilao de Pitana, Carnéades, Enesidemo, Agripa, Menodoto y Sexto Empírico.[11]

De Pirrón podemos decir que, peleando por las tropas de Alejandro, llega hasta India, donde conoce a los rishis o gimnosofistas. De vuelta en la Hélade instaura una manera muy particular de refutación, una manera práctica que busca conseguir la aniquilación de las palabras y del discurso racional. Sus objetivos son la afasia (no decir nada), la ataraxia (ausencia de temor) y la adiaforia (indiferencia). Pirrón dice yo no sé nada, yo no defino nada. Renuncia a participar de la vida pública y de las disputas intelectuales.

Se le considera el precursor del escepticismo tradicional y la mayoría de los escritores escépticos posteriores intitulan a sus textos argumentos pirrónicos. Su pensamiento florece a fines del siglo IV y la primera mitad del III a. C. Tanto Pirrón como su discípulo Timón pueden ser considerados socráticos, por su preocupación moral. Pero, ellos no hacen como Sócrates y fundan la moral en la negación de la ciencia o fuera de ella.

Pirrón hace girar su preocupación filosófica en torno a tres temas, a saber, ¿Qué son las cosas en sí mismas?, ¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a ellas? ¿Qué resultará de adoptar tal o cual actitud? Dice: las cosas no tienen diferencias entre sí y son igualmente inciertas e indiscernibles. Yo no defino nada, ni sí ni no; todo me es igual. Siempre inciertos, ya que no hemos encontrado la verdad.

Sabemos que es discípulo de un tal Brisón, vinculado a Sócrates a través de Euclides de Megara, quien le enseña a pensar dialécticamente. Es amigo de un tal Anaxarco, quien le enseña la doctrina de Demócrito.

No puede decirse que Pirrón haya inventado la duda, pero es el primero que recomienda atenerse a ella sin afirmar nada. Sostiene que siempre es posible encontrar razones en pro y en contra de cada opinión (isostenia), por lo que resulta más consecuente admitir que no se sabe, sin tomar partido. Para decirlo como él, se admite que no se sabe (akatalepsia), sin tomar ningún bando (arrepsia), sin decir nada (afasia), permaneciendo en suspenso (epékhein ten synkatathesin).

El escéptico no duda de los fenómenos, que le parecen evidentes, sino de que éstos correspondan a realidades en sí. No duda de que un objeto se le aparece de tal o cual modo, pero se   pregunta, el objeto ¿Es como se me aparece? No lo sabe.

Podemos, entonces, definir el escepticismo como la duda intencionada acerca de todas las cosas, excepto de los fenómenos, entendidos como lo aparecido a la percepción sensible, sin compromiso con alguna realidad subyacente o trascendental invisible u oculta a los sentidos.

De Pirrón y Timón surge el impulso para la generación de un tipo de escepticismo que llamaremos dialéctico, que busca producir la suspensión del juicio, a través de tres instancias refutativas, a saber, contradicción, equivocidad y  relatividad. Se busca la aporía o dilema que paraliza el pensamiento. Notable resulta la utilización del Sorites o argumento del montón, en el cual a partir de la aceptación de una premisa mayor se conduce al adversario hacia un resultado equívoco.[12]

Es importante consignar que los escépticos del último período se dedican a la práctica de la medicina, no afirmando ningún saber definitivo acerca de materia alguna, pero generando un saber muy parecido, en el método y en el alcance teórico de los conocimientos, a nuestra actual ciencia experimental. No se ha de olvidar que los griegos, a la vez que crean la filosofía especulativa, desarrollan una actividad científica prolífica.

Sostengo que fue la preeminencia de la filosofía especulativa y el espíritu contemplativo lo que detuvo la aparición de una conciencia cognoscitiva de la propia actividad y de la propia operatividad. Tal es una de las causas que se aducen para la gradual inmovilidad de la matemática griega.[13]

Se sabe que Menecmo, matemático de la Academia de Platón, se gana una dura reconvención por resolver problemas con métodos no ortodoxos. El maestro sólo acepta la línea recta y el círculo, a partir del empleo de la regla no graduada y del compás. No le agrada la introducción de las curvas que actualmente se conocen como secciones cónicas, a saber, la circunferencia, la elipse, la hipérbola y la parábola. Menecmo está en el buen camino de una mayor generalidad para las soluciones a los problemas de construcción geométrica, pues el círculo, según Menecmo, es un caso más de las posibles curvas que se generan cuando se  corta un cono con un plano. Se observa aquí el retraso que sin duda se provoca a esas investigaciones, debido únicamente a prejuicios intelectuales.

Eudoxo y Arquímides son dos casos dignos de mención. El primero funda el método de exhausción, cuyo valor reside en la posibilidad de aproximar mediante progresiones el valor numérico de alguna longitud o área. Notable es la aproximación de la longitud de una circunferencia, a través de polígonos regulares, uno inscrito y el otro circunscrito. Si se aumenta gradualmente el número de lados de estos polígonos, verificamos que se aproximan, uno por defecto y el otro por exceso, a la longitud o valor del perímetro de la circunferencia. Sabemos que Arquímides se asegura de la efectividad del método de Eudoxo, midiendo dicha longitud con polígonos de 80 lados. Su genio no para ahí. Mide, por vez primera, el área parabólica, cuyo valor es el límite al cual tiende una serie infinita, de resultado racional, anticipando con ello lo que tenemos en el Cálculo Infinitesimal, tan apreciado por los físicos matemáticos a la Newton.

Platón y Aristóteles

Volvamos sobre nuestros pasos para examinar la filosofía de los colosos griegos del pensamiento racional.

Platón desciende de las mejores familias atenienses.  Tiene un espíritu aristocrático.

Situamos su florecimiento y la plenitud de su pensamiento  en el siglo IV a. C. Desde muy joven se hace díscípulo de Sócrates, de quien guarda fiel recuerdo en sus Diálogos, obras con intención filosófica, de gran calidad literaria e inexcusables en el canon de los especialistas.

La muerte de Sócrates le aparta de la vida pública, hacia la que se sentía   atraído y se dedica a la meditación filosófica. En en el año 387 a. C. funda su Academia, llamada así en memoria del héroe Academo. La escuela permanece, a pesar de profundas modificaciones, hasta alrededor del año 529 de nuestra era. En el frontis de la entrada hay una inscripción: aquel que no sepa geometría no entre a este lugar. Condición de ingreso que deja de manifiesto el parentesco con la escuela pitagórica.

El genio de Platón se aplica sobre el problema arrastrado por sus antecesores y abierto por Parménides, a saber, la relacion entre la diversidad manifestada a nuestros sentidos y la unidad y permanencia propia de los objetos de la razón. La teoría del conocimiento pasa a ser la parte capital de su filosofía. El mismo problema planteado de otro modo, tal como lo hizo Kant, en la modernidad, lo lleva a postular su famosa teoría de las ideas. Se pregunta, ¿Cómo es posible la ciencia? Dado que hay algo como la ciencia, en la figura de las disciplinas matemáticas, es lícito preguntar de qué índole han de ser sus objetos. No pueden ser los individuos del mundo sensible, pues siguiendo a Heráclito, ellos están en continuo flujo. La geometría le sirve a Platón como símil de lo que ha de ser la ciencia suprema, la Dieléctica, cuyos objetos y sus relaciones mutuas son estables, idénticos a sí mismos y subsistentes por siempre. Cada Idea es un Uno sobre lo Múltiple, un universal. De él toman su nombre los distintos objetos y de ellos se predica. Las Ideas dan cuenta de la diversidad. Son una consecuencia necesaria del hecho de que la ciencia existe. La única manera de asegurar que la ciencia sea de hecho algo distinto de la mera opinión o de la opinión verdadera es que los objetos propios de la contemplación científica sean trascendentes y eternos.  Son universales vivientes o vivientes inteligibles que operan a modo de modelos perfectos.  Con las Ideas, el demiurgo, el artífice, dios, una entidad divina que contempla y conoce las Ideas,  genera el universo. En el origen está la Χώρα o espacio vacío. Hay allí también materia ígnea en continuo cambio, siempre generándose (τογιγνόμενον αέι). El demiurgo plasma el mundo con estos dos componentes, asegurando la  relación entre las cosas del mundo sensible y sus modelos inteligibles. Esta relación es mimética y participativa.[14]

Una expresión de la forma ‘Sócrates es hombre’ significa para Platón que en Sócrates está presente la humanidad, y no simplemente que Sócrates pertenece a la clase de los hombres, como admite la lógica moderna. Además, dado que la ciencia existe, su objeto también. No se debe confundir las Ideas de Platón con simples estados o procesos mentales. Por lo mismo, las Ideas no son el fruto de un pensamiento divino o un proceso de una mente divina. Dios es una realidad secundaria. Lo primordial, lo preeminente es la inteligibilidad de las Ideas. Poseen un rango de realidad mayor que el de las cosas del mundo sensible, que obtienen su realidad por participación en las Ideas.

El nombre Idealismo aplicado a la filosofía de Platón se queda corto y resulta equívoco. En griego el verbo ιδειν(idein) significa ver. Idea (ιδέα) o eídos (ειδος), significa forma, figura. El nombre de realismo conceptual es menos ambiguo.

El resultado de su metafísica es que una disciplina como la física no es ni con mucho una ciencia, al modo como él la entiende. Tiene los conocimientos de la física por mera aproximación a las leyes verdaderas. Su concepción de lo científico comprende el ámbito de las matemáticas puras y la Dialéctica.

A diferencia de Kant que pone el conocimiento dentro de los límites de la experiencia posible, Platón sostiene que toda ciencia verdadera ha de ser trascendente y su objeto estar más allá de cualquier experiencia de los sentidos. Donde comienza la experiencia, termina la ciencia.

Al final del sexto libro de República, Platón hace un diagrama para ilustrar su pensamiento. Traza una línea vertical y separa, primero, los segmentos superior e inferior. A uno corresponde la ciencia; al otro, la opinión. Enseguida, se divide cada segmento nuevamente. De modo análogo, separa una forma superior e inferior de ciencia y una forma superior e inferior de opinión. La forma inferior de opinión se llama εικασία, trabajo adivinatorio, aludiendo a las imágenes que son su objeto propio, correspondiéndole la condición mental de un niño expuesto a la credulidad, que acepta cualquier representación como verdadera. Un estadio superior de la opinión es la creencia, πίστις, representada en el hombre que si bien acepta como realidad sólo las cosas sensibles, ha aprendido a distinguir entre las cosas del mundo físico y las que pertenecen a la imaginación o a la vida onírica. Aunque no tiene todavía un conocimiento de verdades probadas, posee un cuerpo más o menos sistematizado de convicciones empíricas. A este nivel lo llamamos experiencia sensible. En el nivel inferior de la ciencia, tenemos la διάνοια, dianoia, que con cierta indulgencia de nuestra parte, podemos identificar con el término entendimiento. Este nos brinda el tipo de saber representado por la Geometría y la Aritmética. No obstante observar que estas disciplinas operan racionalmente, Platón les critica el empleo de modelos sensibles como auxiliares de la imaginación, la  admisión de nociones no definidas y la falta de demostración de los principios de su discurso. El nivel superior de la ciencia lo ocupa un tipo de actividad científica perfecta. Se trata de la Dialéctica, cuyos objetos son las Ideas o Formas en sí, a los que estudia sin ayuda de representacion sensible. El proceso intelectual parte desde una hipótesis y culmina en el descubrimiento del o los axiomas verdaderos en sí mismos y desde los cuales retrocedemos deduciendo, sin ayuda sensible hasta las últimas consecuencias. El conocimiento se reduce a un cuerpo deductivo de verdades sistematizadas, un sistema lógico desde los primeros principios, desde principios verdaderos.

Los principios de lo Uno y lo Dual (lo Grande y lo Pequeño) vienen a ser más que principios cosmogónicos. En este caso, y al estilo de la logística contemporánea, son un intento de fundar la ciencia deductiva o científica, así como  la aritmética y la geometría, sobre fundamentos puramente lógicos. Lo Uno es el elemento que constituye la Idea, cuyo carácter principal es ser único en su tipo. Además, las cosas participan de la Idea en virtud de lo Grande y lo Pequeño,   que son como la causa material, un elemento de diversidad o indeterminación que compone la Idea. En virtud de dicha participación, estos dos componentes de la Idea son los constituyentes últimos del universo.

A diferencia de Sócrates, quien concibe la virtud como conocimiento racional, exaltando como única función mental la cognición, el conocimiento, Platón hace más justicia a la evidencia empírica, que muestra ocasionales oposiciones, cuando no contradicciones entre la razón o alma racional y los apetitos o alma concupiscible. Agrega, además, un alma irascible, asiento de la valentía, de los nobles sentimientos y de las virtudes morales. Las tres manifestaciones del alma (Ψυχή, Psykhé), tienen sus funciones propias, privativas, y al mismo tiempo están integradas en una unidad vital.

En el diálogo Timeo se explicita la inmortalidad del alma racional. En otras partes de la obra platónica se insiste en la preexistencia e inmortalidad del alma sin mayores precisiones. Es claro que tanto el alma concupiscible como el alma irascible están en relación estrecha con la naturaleza corporal, dificultando el análisis de su independencia respecto de la materia sensible. Podemos pensar que lo auténticamente anímico es el alma racional, presentada en Fedro como auriga de un carro tirado por dos caballos. Uno es díscolo, el otro, dócil.

El argumento más conocido sobre la inmortalidad del alma es el que se ofrece en el diálogo Fedón. Sale de la observación de los ciclos en la naturaleza. Por ejemplo, los fenómenos de expansión y contracción, sístole y diástole, dormir y despertar, etc. Cada par de opuestos o contrarios da paso a su correspondiente opuesto o contrario. En el caso del par de opuestos vida y muerte, sólo tenemos noticia de la mitad del ciclo, de la vida. El proceso de morir, en el cual la vida da lugar a la muerte, ha de reintegrar a su contrario dando lugar a la vida. Platón hace analogía con todos los casos anteriores, que le sirven de fundamento y postula que ha de haber una contrapartida para el proceso de la muerte, que llamamos revivir, esto es, el proceso de volver otra vez a la vida. Cree que de no haber este último proceso, el universo tendría como último destino la muerte definitiva. [15]

Una segunda analogía proviene de la consideración del alma que conoce y del objeto conocido por el conocimiento verdadero. Al igual que los objetos de la ciencia, el alma es inmaterial, invisible, no se disipa en partes y es inteligible. Esta afinidad con lo que es de suyo incorruptible le permite creer que el alma no perece como lo hace el cuerpo.

La doctrina platónica de la reminiscencia, concibe la ciencia verdadera como recuerdo de verdades que el alma conoce previamente, en una existencia anterior. La aceptación de esta teoría, implica la preexistencia del alma y, por ende, la posibilidad de una vida sin vínculo corporal después de la muerte.

En el mismo Fedón, hay un argumento de corte ontológico que vincula el alma con su capacidad observada en todas partes para otorgar vida a aquello en lo que ella está presente, en este caso el cuerpo. En términos aristotélicos,  el atributo esencial del alma es la vida. Por tanto, la muerte no podrá nunca ser predicada del alma. Ella es el principio mismo de la vida. Decir alma muerta es una contradicción en los términos.

Es fácil ver que Platón está también comprometido con la teoría pitagórica de la transmigración de las almas, así como con la doctrina vedanta de la consustancialidad divina del alma.

Podemos observar que las analogías se fundan en el carácter cíclico del universo, en el conocimiento como recuerdo, en la identidad del alma y la vida, en la permanencia del alma, sin el cuerpo, después de la muerte.

Es bien sabido  que la ciencia contemporánea (y con ella la psicología científica) ha eliminado esta clase de problemas por considerarlos sin solución racional definitiva o, al menos, aceptable.

Ahora examino la filosofía de Aristóteles de Estagira (c. 384 al 322 a. C.), filósofo de origen macedónico vinculado a la Academia de Platón, en la que estuvo alrededor de 18 años, en calidad de discípulo y profesor. Es tutor de Alejandro Magno y fundador del famoso Liceo, habilitado en terrenos consagrados a Apolo Licio. A los miembros del Liceo se les llama peripatéticos, porque hacen filosofía conversando mientras pasean por los prados y jardines del Liceo.

Tras la muerte de Alejandro, su vida corre peligro en Atenas, se le acusa de impiedad (al igual que a Anaxágoras y a Sócrates). Se decide a huir para impedir que se cometa otro crimen contra la filosofía, razón para su huída que al parecer adujo en su momento.

Su trabajo filosófico abarca las más variadas materias, Lógica, Física, Metafísica, Poética, Ética, etc. Nadie puede desmerecer su contribución fundamental a la lógica, como disciplina indispensable para pensar correctamente. Se le puede objetar tan solo su tendencia deductiva y universalista. De hecho, la afirmación de la clase, subentiende la existencia de sus miembros. Considera categórica una afirmación que la lógica moderna sólo acepta como hipotética. Es más, los modernos sólo conceden sentido a la proposición universal que vaya consecuentemente acompañada de su correspondiente particular. Por ejemplo, debemos decir, los hombres son mortales y existe al menos un hombre. De otro modo, nos veríamos conducidos a la afirmación verdadera de clases que no contienen miembros. Por ejemplo, se puede afirmar con verdad que el producto de todos los pares de enteros tan grandes que jamás han sido pensados ni jamás serán pensados es mayor que el entero 100. Esta es, no obstante, una clase vacía.

De cualquier modo, la envergadura y la sistematización de las formas válidas de razonamiento, así como la concepción del sistema axiomático es cabalmente entendido por este filósofo. En los primeros capítulos de Segundos Analíticos, sostiene la imposibilidad de fundar un sistema axiomático, admitiendo, al mismo tiempo, un proceso de regresión infinita, que se suscita por la supuesta exigencia de que los axiomas no caigan fuera del sistema demostrativo; en efecto, el silogismo científico ha de estar fundado sobre premisas verdaderas, que no pueden ser la conclusión de otros silogismos correspondientes, cuyas premisas hayan de ser, a su vez, verdaderas. Por el contrario, y siendo este un asunto de gran discusión, las premisas del silogismo científico deben ser verdades evidentes en sí mismas, verdades captadas por intuición inmediata; por ejemplo, el Dictum de omni et Nullo (el dicho del todo y las partes), esto es, que el todo es mayor que la parte.

La filosofía primera (la metafísica u ontología) constituye un Sistema cuadricausal, que intenta subsanar los errores de enfoque, las omisiones y todas las dificultades suscitadas por las interpretaciones físicas y metafísicas de sus predecesores. A la par que se hace una estratificación del saber, poniendo en la base y como forma común a todo los seres vivos dotados de sensibilidad, la memoria. A partir de ella algunos seres vivos generan experiencia, como cierto orden en el cúmulo de representaciones. Una forma superior de saber es el arte o tekhné (τέχνη), como un saber que conoce razones para su quehacer, pero supeditado a la utilidad o hecho en vistas de otra cosa que él mismo. En un estrato aún más alto ubica la ciencia teórica o episteme (επιστήμη), bajo la forma de las disciplinas matemáticas, un saber hecho por sí mismo sin relación a otra cosa, surgido de la correcta utilización del ocio y de la inteligencia. En la cúspide de su jerarquía del saber pone la sofía (σοφία) o sabiduría, una ciencia universal desde principios generales.

Aristóteles cree haber encontrado un sistema racional capaz de explicar desde sí todas las cosas. Y lo hace recurriendo a la categoría máxima, aquello que todas las cosas del mundo tienen en común, el Ser. Ser en cuanto Ser es principio universal por el que cada cosa puede ser explicada en su interdependencia con todas las demás.

Ahora bien, en cada cosa que hay en el mundo podemos observar su doble constitución de materia (ύλη) y forma (μορφή), las dos causas básicas de las cosas existentes. La una aporta el principio del cambio, la mudabilidad, la indeterminación. La otra, la inteligibilidad. La forma informa la materia, pues nada en el mundo se presenta sin una forma determinada. A esta unidad de materia y forma, al individuo sensible, Aristóteles lo llama sustancia primera, siendo ésta una de las formas o modos en que se realiza la existencia de las cosas, una de la categorías. La característica de la sustancia primera es que no se puede predicar de nada. Por el contrario, de ella se puede decir que tienen un determinado color, tamaño, que está en movimiento o en reposo, etc. En el libro de las Categorías se dice que la sustancia primera es aquella que no está en un sujeto ni se dice de un sujeto. No está, pues no es una cualidad, como el ser rojo o áspero. Ni se dice, pues resulta absurdo decir, por ejemplo, que un caballo es un perro, etc. Además, distingue las sustancias segundas, a las que podemos encontrar como sujetos de nuestros juicios acerca de las cosas. Por ejemplo, cuando decimos ‘E1 Hombre es mortal’. Las sustancias segundas no son sino las Especies y los Géneros.

Este filósofo reconoce como estrictamente real las sustancias primeras, dejando las otras en el ámbito de la inteligibilidad, negando cualquier trascendencia para los objetos de la ciencia. Es famosa su paradoja que reza más o menos así: la ciencia sólo se ocupa de lo universal, pero sólo lo particular es real; luego, la ciencia no se ocupa de lo real o no hay ciencia en lo absoluto.

Introduce además dos causas que sus predecesores no desarrollaron como es debido, a saber, la causa eficiente o principio de la acción y la causa final, según la cual todas las cosas se orientan hacia su fin propio como hacia su bien propio (de particular importancia en la Ética). La distinción de las acciones de acuerdo a1 fin que persiguen le permite estratificar las actividades humanas, exaltando aquellas que se hacen sin vistas a una utilidad o beneficio práctico y se realizan por movimiento continuo, que llama perfecto, como e1 observado en los movimientos circulares, en el que el principio es también el fin. Comienzo a hacer y ya lo he hecho. Como ejemplos pone el pensar, el ver: pienso y ya he pensado, veo y ya he visto. No ocurre lo mismo con acciones como la construcción de una casa o el adelgazamiento: cuando comienzo a construir una casa, aún no la he terminado; análogamente, cuando comienzo a adelgazar, aún no he adelgazado.

Se observa una vinculación cosmológica de los supuestos tanto en Platón como en Aristóteles. El lugar preeminente del pensamiento o reflexión se deriva precisamente de las consideraciones previas y del movimiento observado en el cielo. Las estrellas y los planetas vuelven una y otra vez sobre su mismo curso, se podría decir que los astros reflexionan, desplazándose con movimiento perfecto. Por ello, se les tiene por inteligentes e inmortales. La inteligencia humana no hace otra cosa sino imitarles, reflexionando sobre sí misma.

Aristóteles introduce dos conceptos más, con los cuales busca dar cuenta del antagonismo entre la mutabilidad del mundo y la fijeza aparente y relativa que observamos en la constitución de las cosas. Podría decirse que si bien algo no es eterno, al menos dura o permanece idéntico a sí mismo, a pesar de estar sometido a traslados y mutaciones. Por una parte, llama potencia (δύναμις), a la capacidad de cambiar, dejando de ser lo que se espara comenzar a ser otra cosa, por ejemplo, un trozo de madera se convierte en un mueble, una flauta o una estatuilla, y estos objetos, a su vez, se transforman en cenizas, por virtud de la  indeterminación de la materia. Por otra, llama Acto (ενέργεια) a la virtud de ser algo en un momento dado.

La forma de ser más perfecta es la de aquel que siempre es idéntico a sí mismo, uno consigo mismo, acto puro. Estas son precisamente las características del dios aristotélico, el motor inmóvil, aquello que mueve sin moverse, origen de todo movimiento y de toda vida y hacia el cual se orienta el universo entero como hacia su fin propio, en un movimiento rotatorio inagotable y perenne.

Antes de terminar esta apretada exposición de la filosofía aristotélica, debo referirme al concepto de esencia (ουσία), típicamente definida como aquello que hace que cada cosa sea lo que es. La ousía es la sustancia concebida como sustrato de las cualidades, el ser real en su doble constitución de materia y forma.

El juicio verdadero descubre en cada ser sus componentes esenciales, así como se dice en forma esencial y no accidental que el hombre es un ser viviente. No debemos, pues, confundir la ousía con la forma (ειδος), ya que ésta es una componente y la otra es el ser real, el que ha de quedar representado en la definición esencial, aquella que dice lo que una cosa es por sí misma, sin referencia a ningún atributo accidental o contingente.

El ser se entiende de muchas maneras. Ser significa, en efecto, la esencia y la forma determinada de cada cosa, y también la cualidad, la cantidad y cada uno de los demás atributos que se predican de esta manera. Se admite, pues, múltiples sentidos para el ser y un sentido primigenio: ser es la forma distintiva de las cosas, la sentencia o la esencia.[16]

La validez científica – Panorama teórico en las ciencias – Una nueva visión de mundo – Gnoseología en lenguaje vectorial.[17]

La reducción de la diversidad a la identidad simple ha sido una de las claves para la comprensión filosófica y científica del mundo. Se puede observar tal procedimiento a través de toda la historia del pensamiento occidental.

Esta forma de hacer teoría ha fluctuado desde una subordinación completa de lo múltiple y cambiante a lo uno e inmóvil hasta la total destrucción del principio racional y la consiguiente inteligibilidad del mundo.

Los destructores de la racionalidad son los filósofos escépticos, quienes combaten el prejuicio de lo absoluto y niegan la posibilidad de ciencia fundamental.

La pregunta por el criterio de la verdad, fuera del ámbito puramente intelectual, se manifiesta necesaria en la práctica política y social, en la vida cotidiana. De hecho, Arcesilao piensa que la certeza del sabio ha de serabsoluta, como la que podemos tener al interior del sistema demostrativo. Tal certeza, sin embargo, no opera en las fronteras de dicho sistema y, a pesar de la repugnancia que siente por una ciencia incompleta, Arcesilao concede al estoico que la vida práctica exige un criterio de decisión.

Piensa que no hay representación humana capaz de instituirse en verdad absoluta, que no se puede forjar en la experiencia el fundamento de la ciencia.

Ahora bien, ¿Por qué no aceptar una ciencia incompleta? Porque su aceptación supone el establecimiento de un principio convencional, subordinado a lo útil, a una praxis exitosa, con todos los riesgos de quien ensaya caminos, a veces desconocidos, que bien podrían llevarle a su propia destrucción. A pesar de esta retiscencia empírica de los escépticos más recalcitrantes es la experiencia la que atenúa la arbitrariedad de instituir estos o aquellos principios para la acción.

La complejidad del mundo revelada por la actividad científica, pone de manifiesto el absurdo contenido en la pretensión de un saber absoluto. Si saber fuera poder[18], poco importarían todas las reflexiones de los teóricos acerca de la índole o naturaleza de los principios. Como no es así, a no ser metafóricamente, es razonable inclinarse por una actividad científica atenta y obediente a la experiencia, entendiéndola como algo más que el testimonio de los sentidos, integrando, inclusive, hipótesis sobre fenómenos llamados paranormales[19], explicados por principios como el de complementaridad de la materia, particularmente referido a dar cuenta del doble comportamiento de la luz. De este modo podemos aclarar dicotomías tradicionales, tales como alma y cuerpo, materia y espíritu, idea y existencia, etc.

Librados de pretensión absoluta respecto del conocimiento, la posición de límite implica un comienzo axiomático para la ciencia, que puede ser trabajado hasta conseguir una reelaboración analítica de todos los principios operatorios básicos del pensamiento. En esta investigación tienen tribuna todas las disciplinas científicas y filosóficas, para buscar un criterio global, un modelo generativo completo.[20]

Hay quienes aceptan sin más el origen empírico de los principios del discurso y enfatizan la acción que los objetos del mundo ejercen sobre nuestros órganos sensoriales y el aparato cognoscitivo, sin percatarse que en la misma noción de objeto está implícita la organización cognoscitiva[21], sin tomar en cuenta los procesos de formación de nociones y conceptos de la actividad intelectual.

La experiencia sigue siendo la piedra de toque de la actividad intelectual, el pensamiento debe atenerse a la información sensorial. No obstante, cosa muy distinta es explicar cómo se realiza tal relación entre pensamiento y experiencia.

Ahora sabemos que le inteligencia humana se aproxima a la experiencia, provista de ciertas estructuras cognoscitivas, cuya maduración orgánica tiene su correspondencia en la aparición de nociones y aptitudes intelectuales que, dado su origen, pueden admitir modificaciones en conformidad con el proceso adaptativo de la vida.[22] De aquí que no sea extraño el carácter provisorio del conocimiento y de sus principios.

¿Es concebible la modificación de los principios operatorios básicos del pensamiento? Desde siempre hemos fundado nuestra intelección en el principio de identidad, condición necesaria de lo concebible[23]. De manera que, si se admite el flujo constante del mundo externo, podemos concebirlo y racionalizarlo sólo si podemos establecer algún instante de permanencia, un patrón de dicho movimiento.[24]

Es presumible que el fundamento de la ciencia pueda construirse sin recurrir a las propiedades de un sujeto trascendental que dé cuenta de un saber absoluto y eterno. No por ello se ha de tolerar la pobreza de algo menos que un sujeto humano, degradación que se produce, probablemente, al querer unificar el saber de todas las especies vivas, extrapolando sin mucha precaución los resultados obtenidos con animales, al ámbito humano. Ha de ser posible comprender la validez relativa de la ciencia para insertarla en su actividad biológico cognoscitiva, sin rebajarla ni combatir sus descubrimientos revolucionarios.

Así como el pensamiento moderno sustituye la intuición del todo por la representación de la regla de su formación, la construcción de axiomáticas válidas puede fundarse sobre la exposición de alguna regla para la formación de las nociones fundamentales. Esta investigación involucra resultados interdisciplinarios, en un trabajo de regresión analítica sobre la actividad científica, hasta recomponer lo que partiera siendo obscuridad axiomática.

La unificación de los esfuerzos en la investigación epistemológica supone el acuerdo de los criterios científicos, para ampliar los límites de la racionalidad e ir tierra adentro hacia regiones hasta ahora pertenecientes a la religión, el mito y la leyenda. Como ejemplo podemos citar el intento hecho por algunos físicos y antropólogos, para relacionar nuestro modo particular de concebir la práctica científica, con los logros hechos al mismo respecto por las antiguas civilizaciones olvidadas.[25]

Al respecto, Nietzsche afirma que la naturaleza nos ha encerrado en un cuarto cuya puerta no podemos abrir, pues arrojó la llave lejos de nuestro alcance.[26] A pesar de esta situación tan adversa debemos seguir tratando de conocernos más a nosotros mismos.

Los pensadores antiguos, excepto los escépticos, mantienen acuerdo respecto a la índole de los principios del discurso. Se los tiene por evidentes en sí mismos. La premisa primaria del silogismo científico ha de ser verdadera, para evitar en la demostración una regresión infinita. La premisa básica ha de ser independiente de demostración y tope para una regresión que posibilite el trabajo deductivo.

Es cierto que Zenón utiliza la noción de serie infinita, pero lo hace en un sentido crítico negativo, es decir, para destruir la pluralidad de los seres sensibles, que contravienen la unidad racional del ser parmenídeo. “En efecto, para el realismo de un eleata es la representación de la totalidad de los términos y no la regularidad de la ley de formación, lo que puede asegurar la existencia de la serie.”[27]

No se puede aceptar que toda la teoría griega haya estado presa en los límites de un pensamiento racional derivado de las técnicas geométricas para la construcción de figuras. Bien sabemos que Arquímides vence el arraigado prejuicio contra la infinitud, lo irracional por inconmensurable. La geometría de los trazos conmensurables, en correspondencia con la aritmética, sirve de apoyo a la instauración de teorías inmovilistas, que echan mano a la inteligibilidad de las relaciones matemáticas para representar el aspecto de entes más generales: la matemática es propedéutica para la actividad ontológica.

El gradual estancamiento de las matemáticas griegas no es compatible con el trabajo de hombres como Arquímides o Eudoxo, en quienes se observa el audaz estilo de las matemáticas modernas. El carácter contemplativo del pensamiento griego, dominado en definitiva por las doctrinas inmovilistas de Parménides y Platón, sería el responsable. De hecho, Platón se sirve de los rudimentos geométricos para mostrar cómo ciertos conocimientos están impresos en el alma humana[28], de un modo estable, independiente del devenir sensible y enfatiza que de esta índole son las relaciones entre los elementos de las figuras, cuya conexión formal manifiestan los teoremas, el discurso propio en el elemento racional. Y aunque se expresa la inferioridad de la matemática respecto de una disciplina dialéctica, más general y rigurosa y se tiene consciencia de la irracionalidad de un sistema científico fundado sobre premisas indemostradas, también se admite que las disciplinas matemáticas no son completamente falsas, mostrando una rigurosa consecuencia a partir de sus principios.[29]

Resulta, pues, notorio que Aristóteles ni siquiera las considera, excepto con un afán crítico o para ejemplificar algún asunto metafísico. “Así el pretendido sofisma de Zenón jamás será refutado. Aristóteles no colmará el abismo cavado por la dialéctica del eleatismo; se contentará con recorrer sus dos bordes. Por una parte, puesto que no es posible al espíritu recorrer una infinidad de términos, enseñará que la constitución de la ciencia está ligada a la posición de un límite. Por otro lado, a la ciencia en acto del universo en acto opondrá la virtualidad de un devenir que aparece indeterminado e ilimitado.”[30] Por lo que se ve, entre los antiguos, la matemática sufrió las consecuencias de un prejuicio ontológico, o al menos, de una especie de pudor de una lógica independiente de la intuición sensible, por considerarla instrumento ineficaz para aplicarlo sobre la realidad. La evidencia del Dictum de Omni et Nullo, se funda, a final de cuentas, en la comparación de objetos del mundo, en una constatación directa. Al parecer, es esta vinculación con la imaginación, con la sensibilidad, la que mueve a Platón a subordinar la matemática a la dialéctica. La evidencia de los principios debe manifestarse como tal a la intuición pura, a la inteligencia, a la razón. También Aristóteles piensa que el espíritu (νους) percibe de modo inmediato la evidencia de verdad de los principios del discurso.

E1 cambio de actitud operado en los siglos posteriores al Renacimiento queda bien representado en la prueba del absurdo contenido en el Dictum, una vez aceptada la infinitud de los trazos, en geometría.[31] El valor de esta prueba reside en la relativización de los principios del discurso. En adelante, no se podrá pensar en un sistema axiomático de valor absoluto. La conveniencia de establecer tales o cuales principios estará ligada a su virtualidad deductiva o demostrativa, a la libertad que implique para el pensamiento, a lo que llamaremos fecundidad teórica. Asimismo, el rigor, la rigurosidad lógica quedará a salvo mediante le reducción de la multitud de sistemas axiomáticos a una estructura general, en virtud de la cual objetos distintos pueden ser tratados como si fueran idénticos (isomorfismo estructural).

Conceptos tales como el de operación y transformación deben ser bien comprendidos, pues no ha de escapársenos el hecho de que a la ciencia contemporánea le importa manipular, operar con los entes de su interés. Del mismo modo, en la matemática se acabó el afán contemplativo, se le ha sustituido por una clara conciencia de la virtud operativa del pensamiento humano. La condición del sujeto inteligente frente a la realidad, se presenta, en adelante, como una relación de independencia, reducida a una ‘objetividad intrínseca’[32], en un estado de autoconsciencia tal que descubre en sí misma los principios operatorios básicos a los que se reduce su actividad. “La roca que el espíritu halló para fundar sus concepciones es aún el Grupo que entonces, y al parecer, constituye el arquetipo de los entes matemáticos.”[33]

Desde un punto de vista teórico, es conveniente abordar brevemente algunos temas ya tocados, pero ahora vinculados al trabajo de los investigadores modernos y contemporáneos. Agrego algunas palabras respecto del significado de la definición en su contacto con el mundo real. Términos tales como inducción, definición esencial y ámbito semántico aparecerán aquí relacionados.

La inducción mienta un procedimiento lógico y gnoseológico que consiste en un paso gradual de generalización del juicio, yendo desde lo particular a lo general. Este fenómeno trae consigo el grave problema de la legitimidad de los juicios generales a partir de experiencias particulares, dado que no es posible la inducción completa. “Por tanto, quien dice que sabemos por experiencia la verdad de un enunciado universal suele querer decir que la verdad de dicho enunciado puede reducirse, de cierta forma, a la verdad de otros enunciados —éstos singulares —que son verdaderos según sabemos por experiencia; lo cual equivale a decir que los enunciados universales están basados en inferencias inductivas. Así pues, la pregunta acerca de si hay leyes naturales cuya verdad nos conste viene a ser otro modo de preguntar si las inferencias inductivas están justificadas lógicamente.”[34] La instauración sin más del principio de inducción supone el establecimiento y prueba a priori de los juicios sintéticos, aquellos cuyas negaciones no son contradicciones, sino juicios lógicamente posibles.

Abordamos el problema de nuevo y preguntamos ¿Qué es, pues, lo particular? Lo individual, lo que no es complejo. Aristóteles pone como paradigma de esto al individuo concreto, este caballo, esta rosa, etc. La distinción, tal vez más importante, dice que un individuo no puede estar en otro; la sustancia primera, como la llama Aristóteles, ni está en un sujeto ni se dice de un sujeto; por el contrario, todo otro modo de ser o está o se dice de ella. Hasta aquí la distinción es lógico gramatical: algo se dice de algo. El predicado se dice del sujeto, con cuya comparescencia se constituye el mundo. Lo real es el individuo concreto del cual hablamos, al que cualificamos para hacer distinguible el mundo.

Ahora bien, tenemos conocimiento del mundo a través de los sentidos, esto es, que el individuo concreto, real, si es cognoscible, lo es a través de ellos. Pero, ¿Qué nos dan a conocer los sentidos? Con Hume, diremos que cada sentido a su manera muestra cualidades, afecciones que los objetos del mundo desencadenan en nosotros: colores, sabores, sonidos, texturas, etc. No obstante,qué sean los objetos aparte de la información sensorial no tenemos modo de averiguarlo, a menos que suministremos un sustrato, que no será objeto de definición alguna, dado que su misión será recibir múltiples disposiciones cualitativas, no presentándose nunca ante los sentidos.

Algo salta a la vista desde lo recién dicho. Lo definible será lo que caiga en la red sensorial.[35] Pero, no definimos los objetos por medio de cualidades aisladas, sino mediante lo que la tradición llama las cualidades esenciales de las cosas, siendo claro que dichas cualidades no las aportan los sentidos, pues ellos no discriminan la información que reciben (a no ser por sus umbrales absolutos), quedando para alguna otra facultad cognoscitiva la elaboración de un arreglo esencial. Por tanto, es el sujeto quien compone y configura de acuerdo a sus propias y particulares posibilidades cognoscitivas. (Notablemente ya en Platón, Teetetos, 185 a)

Quedan, pues, destruidas las pretensiones de un discurso que quiera tocar fondo en la realidad, sin reparar la construcción que el mismo ha hecho del objeto, del mundo. Asimismo, debemos guardarnos de ir hacia el otro extremo para sostener que toda definición no es más que el producto de la más absoluta arbitrariedad y convención, fruto de un mero acuerdo, de un convenio, como en el caso de la sinonimia estipulada. Es razonable pensar que ninguna de estas antípodas doctrinarias pueda autosustentarse completamente.

Establezcamos que si podemos afirmar que conocemos algo, ésto será el cúmulo de las cualidades que nos brindan los sentidos, es decir, los fenómenos.

Ante la imposibilidad del sujeto para conocer sin átomos, sin entidades indivisibles, hemos de preguntarnos, ¿De dónde le viene esta propensión a pensar las cosas como unidades? El hecho de hablar de cosas, de cualidades—cosas revela dicha propensión.

Para elaborar la definición, podemos poner énfasis tanto en la extensión como en la comprensión de la clase, es decir, establecemos que para lograr las cualidades comunes que definen a los miembros de una clase, transitamos de un individuo a otro, sucesivamente. O todo lo contrario, es el sujeto quien elabora la clase en su fuero interno, para luego interpretar su extensión, consiguiendo sus miembros. Ambos modos de proceder son complementarios. Por tanto la inducción no puede arrogarse para sí el conocimiento comprensivo, ya que se dan casos notables logrados desde la comprensión de la clase hacia su extensión, por ejemplo, la clase vacía, el principio de inercia, etc. Salvamos para la ciencia objetos modelos, cuyo examen se realiza en la experiencia, poniendo énfasis en la actividad creadora del sujeto cognoscente. Decimos no al sustancialismo y no al convencionalismo. El objeto, el mundo, la realidad dependerá para su constitución, de la actividad endógena y creativa del sujeto provisto de sensibilidad y entendimiento.

La filosofía tiene la tarea de unificar la investigación, tratando de conseguir la homogeneidad de los resultados interdisciplinarios, aunque ésto no sea más que soñar con un Leviatán, con algo más que la simple suma de los esfuerzos humanos.

Quedará una región en la filosofía que seguirá recordando y manteniendo viva la máxima de Delfos: γνωθισαυτόν, “Conócete a ti mismo”. Nos será lícito echar mano a la antiquísima tradición que tanto exalta la interioridad humana, como una ciencia de la mayor envergadura, de la mayor dificultad. Personalmente, escojo como forma más preciada de vida aquella que sin despreciar la exterioridad del objeto científico, su carácter ajeno y distante de nuestra intimidad espiritual, se vuelve sobre sí misma, para buscar orientación y disfrutar de la plenitud lograda a base de gran esfuerzo, por el estudio sostenido, las artes marciales, el arte en todas sus formas, los deportes, el trabajo social, etc., etc., yendo contra la corriente de la decadencia y el instinto tanático que domina a nuestro mundo actual.

Cada ser humano es un mundo inmenso. Roguemos por que cada uno comprenda lo importante que es para todos nosotros el que cada cual tenga algo que hacer o que decir...y lo haga.

 Revisado en octubre de 2001

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Traducción de Juan G. Luaces

José Janes Editor, Barcelona, 1952

 

NOTAS

[1] Los juegos olímpicos era un evento panhelénico y a él acudía la gente movida por distintos intereses: los atletas competidores, todo tipo de comerciantes y hombres de negocios y por último, los espectadores, los teóricos en sentido literal.

[2] Cfr. De brujos adivinos y profetas, Mircea Eliade                                                                    

[3] Cfr. Ramayana, Valmiki. En muchos pasajes de esta obra se menciona la estructura vertical del universo, con cada ser en su loka (lugar) correspondiente.

[4] Cfr. La sabiduría de occidente, Bertrand Russell, edición citada, págs. 41- 43

[5] Ibidem pág. 21

[6] Ibidem pág. 45

[7] Cfr, Historia de los griegos, Victor Duruy, edición citada, tomo II

[8] Cfr. Gorgias, República, Sofista, Platón

[9] Cfr. Laques, Eutifrón, Menón, Platón

[10] Cfr. Menexeno, Platón

[11] Cfr. Argumentos escépticos, Gerardo Santana, en www.magmamater.cl/skepsis.htm

 [12] Ibidem, pág. 16

[13] Cfr. El pensamiento matemático, Jean Piaget, Cap. 3 El pensamiento matemático y la realidad, Editorial Universitaria, 1975, págs. 242 y sgtes.

[14] Cfr. Timeo, Platón

[15] Al parecer, Platón anticipa la segunda ley de la termodinámica y repudia la entropía.

[16] Cfr. Metafísica, Aristóteles, Libro VII, Cap. 1

[17] El texto que sigue sintetiza cuatro ensayos escritos hacia 1990.

[18] Ibidem nota 3

Balakanda, Sarga LX. Trizanku asciende al cielo.

LX, 21: “Emitió, en la región del sur, siete nuevos rishis y, en la plenitud de su furor, creó un nuevo grupo de constelaciones.”

LX, 28: “En el cielo morará eterna y corporalmente Trizanku. Y además las constelaciones que he creado serán permanentes.”

He aquí una hazaña de poder, realizada por el asceta Vişvamitra.

[19] Cfr. Física, Filosofía y Misticismo, Arthur Koestler, en La vida después de la muerte, Arnold Toynbee y Arthur Koestler

[20] Cfr. Biology and Knowledge, Jean Piaget

    Cfr. Las edades de la inteligencia, León Brunschvicg

La base de esta idea de recomposición analítica de las axiomáticas se extrae de las investigaciones epistemológicas, orientadas a ofrecer una visión genética y, por ende, histórica, echando mano a estudios comparativos en las diversas disciplinas científicas que estudian al ser humano. Por ejemplo, la psicología del niño, la genética, la embriología, la antropología, la arqueología, la lingüística, etc., etc.

[21] En Jean Piaget y en los allegados a sus ideas, se encuentra la concepción de una cierta actividad por parte del sujeto, que consiste precisamente en la generación de estructuras biológico cognoscitivas, que le permiten asimilar su mundo circundante y elaborar conductas apropiadas.

[22] Opus cit. nota 21, Jean Piaget, Cap. 4

[23] No debemos olvidar el grave problema implícito en la formulación A es A de la lógica tradicional, Cfr. Apariencia y Realidad de F. Bradley, Edit. Univ., 1961

[24] Por caótico que resulte el comportamiento de entes eventuales, podemos tratar de establecer un algoritmo probabilístico para su realización. Por ejemplo, en el ámbito númerico se ha hecho esfuerzos exitosos para normalizar series aleatorias de la decimalización infinita de números irracionales.

[25] Cfr. The Tao of Physics, Fritjof Capra

    Cfr. Las enseñanzas de Don JuanEl viaje a Ixtlán, El segundo anillo de poder, Relatos de poder, Una realidad aparte, El fuego interior, el poder del silencio, El arte de ensoñar, Carlos Castaneda

[26] Cfr. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral

[27] Las etapas de la filosofía matemática, León Brunschvicg, Cap. IX, El descubrimiento del cálculo infinitesimal. Sección A, La Antigüedad. Zenón de Elea y Aristóteles, pág. 182, Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1945

[28] Cfr. Menón 185 c, d y sgtes.

           Eutidemo 296 c y sgtes.

[29] Cfr. República, Libro VII, 533

[30] Ibidem nota 28, pág. 183

[31] Para un examen histórico del concepto de infinito en matemáticas y de la importancia del trabajo de George Cantor (hacia 1882) acerca de las paradojas suscitadas desde la geometría tradicional, Cfr. Our knowledge of the external world, Bertrand Russell, Lecture VI, The problem of infinity considered historically, A mentor book, 1960.

[32] Expresión de P. Boutroux

[33] Citado por Jean Piaget en El pensamiento matemático. Cita de G. Juvet, La structure des nouvelles théories physiques, 1933, pág. 60

[34] Véase La lógica de la investigación científica, Karl Popper, Editorial Tecnos, 1985, pág. 28 Supra

[35] En las matemáticas se define objetos, cuyas cualidades no responden a nuestro patrón sensorial, sino a propiedades abstractas que permiten tratar a entes diversos como si fueran idénticos. Por ejemplo, las propiedades de grupo, el ser diferenciable, la pertenencia a un conjunto, etc.